La tasa de morosidad en agosto supera el 7%

La tasa de morosidad de las entidades financieras españolas durante este pasado mes de agosto se situó en el 7,14%, lo que supone su cifra más alta desde noviembre de 1994, justo en el momento en el que la economía española sufría las consecuencias de su última gran crisis económica.

En volumen total, la acumulación de activos dudosos asciende a 127.119 millones de euros, y en comparativa de tasa nos encontramos con un crecimiento de 0,2 puntos porcentuales con respecto al mes anterior, es decir, a julio de 2011 y un punto porcentual y medio con respecto al mes de agosto de 2010.

Y es que durante el octavo mes del año pasado la tasa de morosidad se encontraba en el 5,6%, una cifra que ya entonces parecía elevada y que ahora ha quedado como buena a juzgar con el ratio que manejan las entidades financieras españolas en estos momentos.

Un ratio que se conforma por la acción de dos fuerzas que funcionan en la misma dirección aunque en sentidos opuestos, ya que por un lado nos encontramos con el volumen de impagos, de manera que a un mayor volumen de impagos mayor tasa de morosidad, mientras que, por otro lado, nos encontramos con el volumen total de créditos de las entidades financieras, de forma que a menor volumen de créditos mayor tasa de morosidad (en ambos casos, con la otra variable permaneciendo constante, claro está).

Por otro lado, en cuanto al desglose por entidades financieras, y en función del nuevo desglose ofrecido por el Banco de España, nos encontramos con que las entidades de depósito, es decir, bancos, cajas y cooperativas de crédito, sufrieron unos impagos por valor de 123.581 millones de euros, es decir, un 7,15% de los créditos, mientras que las entidades de crédito, es decir, los establecimientos financieros de crédito, mantuvieron una tasa de morosidad similar a la que ha venido sufriendo en los últimos meses, es decir sobre el 9%.

El problema es que con una tasa de morosidad tan elevada, las entidades financieras seguirán manteniendo bloqueada la concesión de créditos por miedo a posibles impagos que lastren, aún más sus balances y les condenen al apalancamiento definitivo.

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