La solución del 50%

Cuando necesitamos recortar gastos de forma rápida, hay un sistema muy simple que nos puede ser de utilidad: usar la mitad de lo que emplearíamos normalmente. Por ejemplo, en el caso del champú, podemos ir rebajando la cantidad que usamos hasta que veamos que no nos sirve y necesitamos más. Algo tan sencillo como esto puede hacer que en vez de dos botes de champú al mes, tengamos que comprar solo uno. Y esto se puede aplicar a todos los productos consumibles.

Un buena forma de que este sistema funcione para casos como estos es comprar en cantidad siempre que podamos y luego poner el producto en envases más pequeños. Por ejemplo, para lavar los platos podemos comprar un bote grande y rellenar un envase con regulador más pequeño hasta la mitad, y acabar de llenarlo con agua. Eso nos asegura que incluso aunque usemos aparentemente la misma cantidad, gastemos la mitad de producto.

Esta filosofía del 50% puede llevarse a otros ámbitos del consumo:

Comprando ropa. Aunque no suelo comprar mucha ropa en la actualidad, a veces, para aprovechar el momento, he decidido comprar dos artículos del mismo tipo. Lo cierto es que casi siempre me hubiera bastado con un solo par de pantalones, o una sola camiseta.

Saliendo a cenar o a tomar algo. Me encanta salir de cena con mi pareja, y de hecho salíamos entre tres y cuatro veces a la semana. Ahora, hemos desplazado los días estratégicamente para que no se nos haga muy larga la espera y salimos dos o tres.

Comprando comestibles. Cada vez que voy a la frutería veo toda esa fruta y verdura expuesta y me apetece comprarme muchas cosas. Sin embargo, en ocasiones, acababa teniendo que tirarla, así que ahora intento controlarme y comprar solo la cantidad que necesito. Esto lo podemos calcular comprando cada vez menos hasta que llegue un momento en el que nos quedemos sin existencias en casa demasiado pronto. Ese es el punto máximo de reducción.

En las citas terapéuticas. Tanto mi madre como mi pareja iban al masajista muy a menudo. Ambos han ido reduciendo poco a poco la frecuencia de esas visitas y van solamente cuando lo necesitan, es decir, antes de que empiecen a tener dolores incómodos.

En resumen, se trata de ir reduciendo nuestros los gastos rutinarios en los artículos o servicios de los que podemos controlar la cantidad que usamos. Por ejemplo, cenar con mi pareja solo una vez a la semana es muy poco, pero dos ya es otra cosa. Ahorramos un día sin notarlo mucho.

Para redondear un truco de este tipo, es importante que pensemos lo que vamos a hacer con el dinero que consigamos ahorrar. Sin embargo, en este caso los ahorros no son claramente visibles porque, ¿cuánto podemos ahorrar al año en jabón, por ejemplo? En realidad no he hecho cálculos a este respecto, pero lo que sí he notado es que puedo llegar a fin de mes más fácilmente, es decir, no aprovecho ese dinero para gastar más en otras cosas.

Otro beneficio de este sistema es que actúa como una forma de control, de una manera similar a la regla de los 30 días. ¿Realmente necesitamos lo que vamos a comprar? ¿En qué cantidad? ¿Puedo apañarme con menos? Hacernos estas preguntas a menudo ahorra más dinero que gastar menos champú. Nos ayuda a mantener una mentalidad frugal y a no comprar por impulso, consiguiendo evitar en muchos casos las sutiles, o no tan sutiles, estrategias de marketing que nos acechan.

No se trata de llevar una vida de austeridad, sino de evitar el despilfarro. Nos enseña cuánto es suficiente. ¿Tengo suficiente jabón? ¿Suficiente comida? ¿Suficiente ropa? Lo suficiente para ser feliz sin malgastar recursos como el dinero, el tiempo o la energía que empleamos en comprar más cuando en realidad no lo necesitamos.

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