El equilibrio entre el gasto y el ahorro

Antes de cambiar mis hábitos financieros, no prestaba demasiada atención a cómo gastaba el dinero. En la universidad, si tenía un par de horas entre clases, podía aprovechar para irme de compras. Una vez que empecé a trabajar, comer fuera de casa se convirtió en una costumbre habitual. Si me aburría, ¡que mejor diversión que ir a comprar ropa! Y cuando apareció Internet, como podéis imaginar, empecé a comprar online, sobre todo cds y libros. Montones de libros. Ahora que pienso en lo desfasado que se está quedando esto con el MP3 y los libros electrónicos, recordar todo el dinero que derroché en ciertas cosas llega a apabullarme en ocasiones.

Por supuesto, yo no repetía nunca vestido ni en las bodas ni en las Nocheviejas. Estos cambios implicaban también compra de zapatos, bolsos y complementos adecuados, y a veces hasta un nuevo maquillaje.

No es que fueran estos gastos los que me llevaron a acumular toda la deuda, pero desde luego no me ayudaron a contenerla. A veces miraba mis facturas y me sorprendía, incluso me hacía la promesa de empezar a recortar el gasto, cosa que nunca lograba cumplir.

Un freno al desenfreno consumista

Llegó un momento en que la felicidad de comprar cosas nuevas no me compensaba por el horror que sentía cada mes cuando observaba el estado de mis cuentas. Un buen día toqué fondo y dejé de comprar ropa y cosméticos siempre que no fueran estrictamente necesarios. Empecé a comer todos los días en casa, me borré de varias suscripciones, bajé mi consumo telefónico. En resumen, recorté todos los gastos superfluos y, ¡sorpresa!, conseguí pagar mis deudas mucho más rápido de lo que jamás hubiera imaginado.

Lo único malo es que mi capacidad para los extremos es insondable y hasta hace poco tiempo, a pesar de tener una buena cantidad de dinero ahorrado, un fondo de emergencias y unos ingresos razonables cada mes, me costaba trabajo gastar dinero. Pasé años con la misma ropa y el mismo calzado, y en parte lo sigo haciendo. Me negaba a hacer cualquier tipo de reforma en casa por muy mal aspecto que tuviera. Familiares y amigos empezaron a llamarme la atención al ver que había cosas en las que realmente necesitaba gastar el dinero y, aún así, no lo hacía.

Un freno a la tacañería

Como ocurrió la vez anterior, hace unos meses me di cuenta de que tenía que volver a definir mi relación con el dinero (otra vez). Me compré ropa nueva, aunque me dolía pagar 30 € por un vestido, o 60 € por unas botas. Compré un nuevo sofá, cambié el suelo de la cocina y pinté las paredes. También pagué una inscripción a la UNED, algo que había estado evitando por simple tacañería. Y mi último gran paso: la compra de un netbook para poder trabajar cuando estoy fuera de casa. Muchos diréis que ahora los netbooks ya no son tan caros, sobre todo comparados con los portátiles. Además, es un seguro en caso de que mi ordenador principal me diga «hasta aquí hemos llegado», porque me garantizará poder seguir trabajando sin más problema. Aún así, no puedo evitar la sensación de que en realidad estoy justificando un capricho.

Parece que mi fiebre por gastar se ha transformado en una fiebre por ahorrar. ¿Por qué compraba tanto antes? ¿Por qué intento ahorrar cada céntimo que puedo ahora, especialmente cuando mis finanzas están saneadas? Simplemente he cambiado una compulsión por otra.

Es importante que encuentre un equilibrio entre el endeudamiento y la culpabilidad por cada gasto, así que cuando tenga sentido comprar algo, o pagar un extra por la calidad, estoy decidida a hacerlo con el menor remordimiento posible. No será fácil, pero creo que voy por el buen camino.

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2 Responses to “El equilibrio entre el gasto y el ahorro”

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